Gente como William Ojeda se cuenta entre los muchos que han impedido que a este país se lo haya terminado de llevar el diablo.
La abusiva y arbitraria destitución de la vicepresidencia de la comisión parlamentaria de la cual forma parte, es una condecoración. Una condecoración al valor, al sentido de responsabilidad con sus electores y a su preocupación por la gravedad del problema de El Rodeo en el cual, con todo derecho, se hizo presente en su condición de parlamentario mirandino. La banda de eunucos (y eunucas, para estar a tono con la lexicografía "revolucionaria") que usurpa la mayoría en la Asamblea no resiste la vida parlamentaria normal. No resisten, con contadas excepciones, la confrontación de ideas. Sus respuestas son siempre insultos al por mayor. Jamás una idea, un concepto; siempre la agresión. Por eso destituyeron a William y, encima, todavía tienen pendiente sobre él la insólita pretensión de despojarlo de su inmunidad parlamentaria. Porque tampoco están acostumbrados a la actividad parlamentaria fuera del recinto de la Asamblea.Parlamentarismo de calle es lo que hizo William Ojeda, metiéndose en el medio de la candela en El Rodeo, para respaldar a los familiares angustiados, a quienes nadie daba respuestas, para denunciar la ineptitud de las llamadas "fuerzas del orden" (comillas obligatorias), para plantear el espinoso tema de cómo y quién hace llegar las armas al interior de los penales. Nada que no fuera estrictamente el cumplimiento de su deber como diputado. Es más, hizo lo que habría debido hacer el ministro del Interior. De allí la histérica reacción que lo sacó de la vicepresidencia de la comisión. ¡Bravo William!
Fuente: Tal Cual
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